Little Miss Sunshine: una road movie especial


“La verdadera felicidad no está en encontrar
nuevas tierras, sino en ver con otros ojos”
Marcel Proust


Little Miss Sunshine (2006) es una de esas grandes películas que nunca estuvieron mucho tiempo en la cartelera. Sin embargo, hoy en día es considerada por muchos un clásico del cine independiente. Se trata de una road movie, género hollywoodiense de viajes cuya tradición se remonta a tiempos de Homero con la Odisea. Algunos clásicos como On The Road, desarrollados en los sesenta, deben parte de su desarrollo a la generación beat, con autores como Kerouac, Ginsberg o Burroughs. Easy Rider (1969), una de las películas más significativas del género, se presenta como un viaje sin argumento, con escenas encadenadas por el viaje en motocicleta a través de la ruta 66. Tan sólo se busca la identidad estadounidense, como reza la portada: "Un hombre buscaba a América y no pudo encontrarla en ninguna parte". Precisamente ésta es una de las características principales de la road movie: presentan una crítica muy ácida de la sociedad de Estados Unidos.




Little Miss Sunshine puede considerarse, en parte, un tributo a los grandes clásicos de road movie, incluso en el parecido de los carteles. A pesar del envoltorio hippie, evidente desde el momento en el que suben a una vieja Volkswagen T2, Little Miss Sunshine supera al género, o, al menos, lo moderniza. Los moteros drogadictos se convierten aquí en siete personajes que representan a la sociedad americana contemporánea: una madre preocupada por mantener unida a la familia, un padre obsesionado con el éxito y la psicología de la autoayuda, un abuelo verde y cascarrabias que todavía se acuerda de Vietnam mientras esnifa, el adolescente deprimido con su familia y obsesionado con Nietzsche y su sueño de ser piloto, un tío homosexual que intenta suicidarse tras una fuerte depresión y Olivia, la pequeña que quiere convertirse en la princesa del concurso Little Miss Sunshine. El viaje en caravana para ganar ese concurso va desvelando poco a poco los deseos y ambiciones de cada uno de los personajes. En esa lucha por el éxito personal, se destapan poco a poco los tabúes y prejuicios de la sociedad hasta terminar rompiendo las normas en el país de la libertad. La película culmina con una sonora carcajada en la escena final contra el país de las princesas de silicona.

"Estados Unidos: donde la libertad es una estatua" Nicanor Parra
En una de las escenas más memorables de la película, Frank, el tío homosexual que se intenta suicidar tras una depresión, habla por primera vez en serio con Dwayne, el adolescente que ha descubierto su incapacidad para pilotar.

Frank: ¿Sabes quién es Marcel Proust?
Dwayne: ¿Es ese del que enseñas?
F: Sí, un escritor francés. Un auténtico fracasado. Nunca tuvo un trabajo, sus amores fueron un desastre, gay... Estuvo veinte años escribiendo un libro que ya casi nadie lee, pero quizá sea el mejor escritor desde Shakespeare… En fin,  llegó al final de su vida, echó la vista atrás y decidió que todos esos años en los que sufrió fueron los mejores de su vida, porque le moldearon. Los años de felicidad… perdidos, no aprendió nada.
D: ¿Sabes qué? Que le den a los concursos de belleza. La vida es un puto concurso de belleza detrás de otro. El colegio, la universidad, el trabajo… ¡A tomar por el culo! Y a la mierda la academia de pilotos. Si quiero volar, ya encontraré el modo de hacerlo.  Hay que hacer lo que te gusta, y a la mierda lo demás.

Entonces, ¿la tesis de la película es la aceptación del fracaso personal? ¿Es que el sueño americano no existe en realidad? Creo que la respuesta no es sencilla. Si se hiciera una comparativa con las revoluciones de los sesenta, como el movimiento hippie, se verían estos como intentos mucho más infantiles de ver el mundo. Efectivamente, el país está lleno de princesas de botox, pero la solución no pasa por el suicidio, el voto de silencio, la terapia de la autoayuda o la drogadicción. La solución se encuentra precisamente en el propio título del concurso: Little Miss SUNSHINE. Olivia, la niña, es ese pequeño rayo de sol detrás de todo el humor negro en la película. De nuevo, un personaje que fracasa en el último minuto, pero que vive feliz haciendo lo que más le gusta. Sus armas son la sinceridad y la autenticidad, no la búsqueda de la fama y el éxito personal. Su esfuerzo será en vano, pero eso la hará feliz. Será un fracaso para la sociedad, como todos los demás, pero habrá tenido auténtica libertad.

Aparte de las razones evidentes para ver esta película, también la banda sonora está fuertemente recomendada. Se trata de un pequeño guiño a muchas road movies famosas, que suelen tener muy buena música (Oh Brother, where art thou?, The Blues Brothers). De entre todas ellas, Easy Rider con el clásico Born To Be Wild: es el que mejor introduce al espectador en la carretera con solo cerrar los ojos.

   

Autor: Santiago de Navascués @sdenavas
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Alfredo Cruz: "Criticar al político porque no cumple con su programa es no saber lo que hemos hecho al votar en las elecciones"


Entrevista: Alfredo Cruz
profesor de Filosofía Política en la Universidad de Navarra

En nuestra sociedad es patente la insatisfacción ante un modelo que empieza a dar síntomas de agotamiento. Tras el nacimiento del fenómeno de “los indignados” y el 15M, el filósofo Alejandro Llano escribía un elocuente artículo en la revista Nuestro Tiempo señalando que se había conseguido interesar por la gestión política a personas que hasta entonces habían permanecido al margen.

Alfredo Cruz Prados (Madrid, 1957), profesor de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Navarra retrata un sistema en crisis y hace un llamamiento a recuperar el sentido común necesario para vivir en sociedad. 

Alfredo Cruz (izquierda) con el catedrático Rafael Alvira. Foto: Universidad de Navarra
(1) El barómetro del CIS de septiembre de este año 2013 arrojaba el dato de que los problemas que más preocupan a los españoles son el paro, la economía, los políticos y la corrupción. ¿Cuáles son los problemas que más le preocupan a usted?

Algo que está en el fondo de todo: la falta de racionalidad en la manera de pensar y decidir sobre las cuestiones sociales. Me parece que el discurso sobre las cuestiones sociales está cargado de prejuicios, tópicos baratos y sentimentalismo poco domesticado. Además, se ha creado una mentalidad en la que no es posible introducir ciertos argumentos porque son rechazados violentamente y expulsados por el cuerpo social en un ejercicio de autoprotección.

(2) ¿A qué argumentos se refiere?

Hablo de argumentos inaceptables para la mentalidad que se ha cultivado y se ha propiciado oficialmente, es decir, todo el campo de lo políticamente correcto y lo que puede estar presente en el diálogo público. Se ha establecido una ortodoxia que rechaza cuestiones que, a mi modo de ver, si no están presentes falta racionalidad.

(3) No acabamos de ver el final de la crisis y no hay confianza. ¿Qué piensa usted de la crisis económica? ¿Se atrevería señalar culpables? Hay muchos sospechosos...

Las causas de la crisis técnicamente se me escapan. Ahora bien, no es correcto buscar culpables mirando siempre hacia otros: el político, el financiero, pero no los de la propia casa. En realidad, los problemas sociales son de una sociedad siempre. En realidad, todos seamos culpables. Unos habrán hecho una cosa mal, pero los demás han querido vivir por encima de lo que tenían y no han aplicado la lógica de sentido común de que el que consume hoy lo que no tiene, tiene que pagarlo mañana. Ese sentido común que tenían nuestros abuelos lo hemos perdido, así como la vergüenza que antes tenía el vivir con deudas.

En el fondo, lo que más me preocupa es salir de la crisis sin haber determinado claramente sus causas. Lo positivo que podríamos sacar de la crisis es aprender de ella y estar en condiciones en el futuro para evitarla.

(4) Desde Europa se ve España como un caos. Los inversores europeos, por ejemplo, no saben si prestar dinero al Estado, a las Comunidades Autónomas… ¿Se puede sacar adelante un país cuya naturaleza parece tender al caos?

Si de verdad la naturaleza de un país tiende al caos es imposible sacarlo adelante. No sé si el caso de España es tan dramático. Sí que da la impresión y se oyen voces de que en España ha habido una mala gestión y hemos llegado a un estado de ingobernabilidad del conjunto. Se ha combinado la descentralización y autonomización con una mentalidad de exaltación de lo local y denigración de lo común cuando en verdad la idea del sistema era convertirlo en un instrumento de participación en la gestión del todo.

(5) La diversidad de España en los últimos años juega en contra a medida que el Estado pasa por mayores apuros. ¿Qué opina del nacionalismo?

Lo que me preocupa del nacionalismo es que en el siglo XXI pueda tener tanto arraigo social algo con tan poca solidez intelectual. Que la sociedad progresa es cuestionable cuando productos típicamente decimonónicos como el nacionalismo, con tanta carga sentimental y nula carga intelectual, tienen tanto arraigo y semejante capacidad de movilización.

Desde el punto de vista moral creo que el nacionalismo genera actitudes morales cuestionables. Me refiero a que fomenta actitudes egoístas de repliegue sobre lo particular y de desentendimiento de lo común. Parece no valorarse la ruptura de un bien común y la restricción de la solidaridad social. De hecho, hay expresiones concretas en el día a día que hacen que lo que de suyo sería censurable acabe siendo alabado como expresión de nacionalidad.

(6) Sí, pero ellos esgrimen el derecho de autodeterminación.

El derecho de autodeterminación me parece un derecho que no se puede afirmar de manera universal. Es algo insostenible que todo pueblo tenga este derecho, que fue se inventado como forma de dar una justificación jurídica al proceso de descolonización, pero en ningún momento se ha pensado como derecho aplicable universalmente y mucho menos como un derecho que puede poseer todo aquel que afirme que lo posee. El único fundamento de un derecho no puede ser algo que sólo reconoce el que lo posee. Es decir, se están dando a sí mismos ese derecho, cuando tiene que ser reconocido por otros sujetos. Ningún Estado real se puede constituir reconociendo a sus partes el derecho a la autodeterminación, pues entonces todo Estado es provisional. Tanto es así que si Cataluña o el País Vasco se declarasen independientes no reconocerían a sus partes este derecho.

(7) Un gran porcentaje de la legislación española viene dictada directamente desde Bruselas. ¿Qué opina de la Unión Europea? La doctrina europeísta habla mucho del principio de subsidiariedad pero se aplica poco.

Lo que he dicho de España es aplicable al problema de Europa. El planteamiento que se ha difundido es que podemos construir Europa de manera rentable en el día a día para cada uno de los Estados miembros. Eso tiene un límite. Una unidad como Europa no puede ser construida mediante una cooperación en la que cada uno de los cooperantes vea a corto plazo que su cooperación le resulta rentable. Hay que entender la construcción de Europa en términos de interés colectivo y no de interés nacional a corto plazo.

Los políticos y la realidad

(8) Una crítica que se escucha mucho en la calle es la dirigida a los partidos políticos. La perfección no existe en política y muchos afirman que tenemos “lo menos malo”. Por otro lado, hay quienes se preguntan si no habrá otros caminos. ¿Cree usted que serían posibles otras formas de intervenir en política al margen de los partidos?

No hay otra forma de intervenir en política que interviniendo en los partidos mientras estos sean la única vía de intervenir en los lugares donde se toman las decisiones políticas: los parlamentos. Por ejemplo, las movilizaciones del 15M apenas han dejado rastro porque no son una institución permanente y su influencia en los partidos ha sido minoritaria. Tenemos el recurso de la Iniciativa Legislativa Popular, pero si no cuenta con el apoyo de ningún partido es sólo el derecho a pataleo en sede parlamentaria.

La intervención en los partidos sería mayor por parte de instituciones sociales y grupos si se hiciese una reforma en el funcionamiento parlamentario. Por una parte listas abiertas, y por otra parte eliminar la disciplina de voto. Si cada parlamentario reconocidamente en la práctica toma sus decisiones se puede influir en el Parlamento desde fuera.

(9) Los casos de corrupción son cada vez más preocupantes. No sé qué piensa al respecto pero, ¿cuáles deben ser las cualidades del buen político?

Sigue siendo válida la tradición de que la virtud del gobernante es esa combinación de idealismo y realismo que llamamos prudencia. Ahora bien, contra la prudencia va la ideologización, el sectarismo, el fanatismo, la corrupción, el interés, etc. El político tiene que ser prudente y asumir que en alguna ocasión no podrá caer simpático.

(10) Esto implica que el político a veces no cumpla con su programa…

Claro. De hecho, criticar al político porque no cumple con su programa es no saber lo que hemos hecho al votar en las elecciones. No hemos votado un conjunto de medidas, hemos elegido al que nos parece idóneo para que tome las decisiones. No podemos pedirle al político que gobierne al margen de la realidad que se encuentra.

(11) ¿Está reñido el ser intelectual con ejercer una labor política?

El político no tiene por qué ser un intelectual y no necesariamente le ayudaría como político ser un intelectual. El tipo de inteligencia del político, la práctica, es distinta a la que desarrolla un intelectual, la teórica y analítica. El gobernante tiene que tomar decisiones, y la decisión es siempre sintética. Ser bueno en el análisis no siempre es ser bueno en la síntesis. Por otro lado, el político tiene que tener buenos consultores y el intelectual puede ser un buen consejero que tiene que saber que no tiene que aportar la decisión, sino elementos de juicio.

(12) Si hay una sensación en la sociedad es la de desánimo. Dudar está de moda. ¿Conoce usted la fórmula para devolver la esperanza a la sociedad?

No, pero quizá cierto grado de desesperanza y sensación de que no hay nada que hacer procede de una falta de realidad. Uno de los problemas de nuestra sociedad es la falta de madurez social. Estamos en una sociedad tremendamente adolescente, y no por cuestión de edad, sino porque el adolescente tiene un problema de asunción de la realidad. Si se asume la realidad se puede estar esperanzado. La situación podrá ser mala pero se puede estar esperanzado si las metas corresponden a la realidad y si por tener en cuenta la realidad descubro lo que sí cabe hacer.

(13) Puede ser que hayamos creado nuevos dioses que nos llevan a evadirnos y ser irrealistas…

A veces puede que no sea cómodo contar con la realidad para nuestros planes. Algo de esto conecta con el análisis de Ortega en La Rebelión de las Masas, donde habla de la figura del señorito consentido, que piensa que se puede tener todo sin tener que hacer nada.

(14) Eso equivale a pedirle peras al olmo…

No, es pedirle peras al peral, pero sin tener que regarlo. El estado garantiza prestaciones y derechos sin que yo tenga que ser de un modo en lugar de otro. Esta realidad y forma de pensar es en buena medida lo que nos resistimos a aceptar que existe.

(15) Muchos jóvenes quieren entrar en política, pero dudan ante la mala prensa que tienen los políticos. Hay quien dice que se hace político quien no puede ser otra cosa. ¿Qué consejo le daría a un joven de veinte años que quisiera “meterse” en política?

Le animaría a meterse en política, pero poco a poco. Que vaya compaginando la política con desarrollarse humana y profesionalmente. Que aprenda a trabajar, que aprenda cómo funcionan las cosas en la realidad, cómo se colabora con otros y deje abierta la posibilidad de dejar todo eso y entrar en política al 100%. Por supuesto, le animaría a no abandonar ese ideal y que resistiese las críticas a ese plan.

(16) Una de las aspiraciones de los ciudadanos es vivir en una sociedad virtuosa. Pero ¿cómo se construye una sociedad así, que en cierto modo es ideal?

Hay que abandonar la aspiración de construir una sociedad ideal. Es una aspiración peligrosa. Todo utopismo acaba en totalitarismo y puede acabar justificando hacer cualquier cosa para que una sociedad se dirija hacia su meta. Todos los mesías políticos han acabado en el fanatismo más cruel. Por eso hay que volver a la prudencia y mejorar día a día la sociedad que hay. Es decir, preguntarnos, ¿en qué se puede mejorar hoy?


Autor: Carlos Veci Lavín @cveci93
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Into the wild


Society, you’re a crazy breed
I hope you’re not lonely without me
Huir, huir, huir. Todo el mundo huye. Huimos de las ciudades, el ruido, los coches, el tabaco, los lunes y el estrés, del frío y del calor… huimos de nuestros padres, de nuestros amigos, incluso de nosotros mismos... Se puede huir por vacaciones o por trabajo, por tristeza o alegría, por necesidad o placer, incluso por deporte, pero todos huimos alguna vez. Por desgracia, la huida absoluta no es para todo el mundo. Son pocos los que aventuran una huida total y Cristopher McCandless fue uno de ellos. Huyó, de una vez por todas.

Fuente de la imagen

Era el año 1990. Apenas unos meses antes había caído el muro de Berlín y ya se respiraba libertad en todo el mundo, pero no todos sabían aprovecharla. Christopher era uno de esos chavales bien preparados que tras licenciarse en la universidad, rompió el muro de la sociedad y huyó. Así empieza Into the wild, una película con una profunda reflexión sobre los fundamentos de la verdadera libertad. Aparte de una fotografía bellísima y una magnífica banda sonora, la película tiene el atractivo de proponerse como la búsqueda de la verdad. “Antes que el amor, el dinero, la fe, la fama y la justicia, dadme la verdad” dice Chris citando a Thoreau al empezar su viaje.

Hay dos formas de llegar a un lugar. La primera de ellas consiste en no salir nunca del mismo. La segunda, en dar la vuelta al mundo hasta volver al punto de partida”, dice Chesterton en El hombre eterno y nuestro protagonista era de los segundos. Desde su Segundo Nacimiento, la Adolescencia, la Madurez y la Experiencia y adquisición de la Sabiduría, Christopher se convierte en un hombre nuevo: Alexander Supertramp, nombre que juega con el conocido grupo de rock y la palabra inglesa para denominar al vagabundo: tramp. Alexander, el Gran Errante. Se acabó el cansado adagio latino primum vivere, deinde philosophare: la verdad se encuentra recorriendo la propia vida.
Adiós a la tele, el móvil, la piscina, las mascotas, los cigarrillos, el sofá y los fines de semana… Ah, y a tu ejército de seguidores de Twitter. Suena muy bien al principio, pero pasada una hora de película, hay algo que desconcierta a la mayoría de espectadores: ¿Qué sentido tiene dejar todo atrás? ¿Qué busca realmente Alex? Es muy notable a lo largo de la película la aparición repetidas veces los carteles One way, Do not enter, Wrong way. ¿Qué precio hay que pagar para lograr la libertad?
Creo que en este punto es preciso observar que Into the wild no es un fenómeno aparte. A lo largo de la historia se han visto muchos casos de evasión salvaje, desde los clásicos a los que se aficiona Chris, como Tolstoi o Thoreau, hasta las más modernas utopías hippies. Pero hay una diferencia sustancial entre esta película y el resto de huidas: que no acaba en el fracaso. Se me ocurre un ejemplo muy significativo a este respecto: El guardián entre el centeno. La idea es la misma: un joven que se harta de la sociedad se escapa y decide buscar la verdad por sí mismo. Tanto Holden Caulfield como Christopher McCandless son hijos de una sociedad opresiva, que tienen problemas con sus padres y se encuentran en un mundo fracturado que no da una solución fácil. El profético Dylan cantaba ese mismo año el opresivo Everything is broken.
El guardián entre el centeno recorre un camino tambaleante por la ciudad de Nueva York, una selva comparable a la ruta de Supertramp, aunque no tan idílica. La ciudad se parece más a la selva oscura de Dante que a cualquier otra selva real o metafórica. Y ese es el problema de Holden: que no sabe dónde buscar la solución. Por resumirlo en unas pocas líneas de un poema, el relato acaba con la vuelta del prófugo a casa tras el alumbramiento del sentido de su vida:
“Me imagino a muchos niños pequeños jugando en un gran campo de centeno y todo. Miles de niños y nadie allí para cuidarlos, nadie grande, eso es, excepto yo. Y yo estoy al borde de un profundo precipicio. Mi misión es agarrar a todo niño que vaya a caer en el precipicio. Quiero decir, si algún niño echa a correr y no mira por dónde va, tengo que hacerme presente y agarrarlo. Eso es lo que haría todo el día. Sería el encargado de agarrar a los niños en el centeno. Sé que es una locura; pero es lo único que verdaderamente me gustaría ser. Reconozco que es una locura.”
Para Holden Caufield, en adelante El guardián entre el centeno, el mundo ya no tiene mucho misterio. Simplemente hay que evitar que los niños se vuelvan adultos, para ayudarles a ser libres. Supongo que este pedacito de sabiduría posmoderna puede satisfacer a mucha gente. Estoy convencido de que a Alexander Supertramp no.
A partir de aquí, recomiendo abandonar la página a todo el que no haya visto la película. A los demás, que escuchéis al gran Eddie Vedder mientras leéis.


Sin detenerme en la decena de profundas reflexiones que surgen a lo largo del periplo, suficientes para escribir un libro, reproduzco el memorable diálogo entre Alex y Franz, un veterano retirado en un pueblo perdido en el medio Oeste que le da la clave final de su viaje:
Alex: (…) estás equivocado si piensas que la alegría de la vida viene principalmente de la alegría de las relaciones humanas. El lugar de Dios está alrededor nuestro, está en todas las cosas y en todo lo que podemos experimentar. La gente sólo necesita cambiar la manera en que ve las cosas.
Ron Franz: Si. Voy a tomar nota de eso. Sabes que lo haré. Te quiero decir algo. De la cosas que me has dicho sobre tu familia, tu madre y tu padre... y sé que tienes problemas con la Iglesia también...Pero hay alguna especie de cosa grande que todos podemos apreciar y me suena a que no te importa llamarlo Dios. Pero cuando perdonas, amas. Y cuando amas, la luz de Dios brilla a través de ti.

El viaje de Alex termina reconociéndose de nuevo como Christopher McCandless, el joven que finalmente descubre que huía de sus padres, de los problemas de su casa, y es capaz de abrazar de nuevo a sus padres. La bellísima imagen final del abrazo de sus padres mientras mira al cielo y su muerte mirando a la luz es su remisión. “Cuando perdonas, amas. Y cuando amas, la luz de dios brilla a través de ti”. En una sola escena, hace las paces con el padre y reconoce al Otro Padre que le perdona desde las alturas. Chris no se engaña cuando escribe en su diario “he tenido una vida feliz y doy gracias al Señor. Adiós, bendiciones a todos”. Alex no huía de los demás, sino de sí mismo, para volver a encontrarse de nuevo en los brazos de quienes le amaban. Así se explica la paradoja de su testamento: “la felicidad sólo es real cuando se comparte”.


Autor: Santiago de Navascués @sdenavas
Estudiante de Historia y el minor en Filosofía de la Universidad de Navarra.
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La Diligencia

Estados Unidos forjó su historia gracias a las proezas de unos pocos valientes que expandieron las fronteras hacia lo desconocido y engrandecieron el territorio avanzando siempre hacia el oeste. Hombres como Wyatt Earp, Davy Crocket o Kit Carson. En el terreno fílmico, ese pionero es John Ford, que convirtió “La diligencia” en uno de los westerns más famosos de la historia, fijando así los cánones del género y catapultando a varios de sus actores a la categoría de estrellas.


Como todo aventurero, John Ford no era consciente de la trascendencia que alcanzaría su obra. Aunque parezca mentira, 1939 no era la mejor época para rodar un western. El género se consideraba pasado de moda e infravalorado. Los grandes relatos del lejano oeste se veían denostados, como cuentos provenientes de un pasado que la moderna sociedad estadounidense ya había superado. Además, el maestro Ford no había filmado una película del oeste desde “Tres hombres malos”, en 1926. Él era considerado entonces un director aceptable, pero no un gurú de la gran pantalla.

Hasta que en 1937 llegó a sus manos un breve relato titulado “Stage to Lordsburg”, publicado por el novelista Ernest Haycox en la revista Collier´s. Inspirado en un cuento de Maupassant, narra el viaje de una diligencia por el territorio apache, en la cual van distintos personajes, cada uno con su pasado, sus manías y sus ilusiones. Unos personajes que cautivaron a John Ford, quien compró los derechos inmediatamente por tan solo 7.500 dólares, cantidad irrisoria para la época. El proyecto de “La diligencia” estaba ideado, pero aún necesitaba unos actores que le infundiesen vida. Y para ello, Ford no pensó en los altivos galanes que acaparaban las portadas. El elegido fue John Wayne, un actor mediocre (amigo de Ford) que hasta entonces solo había intervenido en títulos sin pena ni gloria.


El rodaje fue duro. John Wayne padeció los gritos, insultos, burlas y correcciones de Ford hasta la última toma. ¿Valió la pena? Para la historia quedó un western inmortal, que resucitó el género para inaugurar la Edad de Oro de los títulos del oeste. Ford y Wayne jamás se volverían a separar. Para el recuerdo, una diligencia incómoda, dejada, que sirve de hogar a un banquero corrupto, un médico aficionado a la bebida, una prostituta, un vendedor de whisky y la esposa de un oficial de un ejército, además de un cowboy que se debate entre la venganza y la redención. Unos personajes pertenecen a las clases altas; otros, han sido maltratados por la vida. Los primeros viajan a un destino concreto; los segundos, huyen de un oscuro pasado. Dos mundos opuestos. Durante el trayecto, se enfrentarán y se aceptarán, en medio del cansancio, del sofocante calor y del galopar de los indios que los persiguen.      

Ford nos regala una profunda historia psicológica, en la que los personajes no solo realizan un viaje por la llanura norteamericana, sino también por lo más hondo de sus corazones. Cuando alcanzan su destino, ya no son los mismos. El polvo que levantan los cascos de los caballos ha difuminado sus vidas anteriores. Los recelos y trifulcas, las pasiones, los revólveres desenfundados, los altos en el camino, la hipocresía, la naturalidad, los lances de miradas, el Winchester, la oscarizada banda sonora, la carrera contra el propio destino y la persecución por Monument Valley componen una epopeya legendaria. Esa misma localización, años más tarde, también será el escenario que pisarán los cowboys de “Pasión de los fuertes”, Fort Apache” y “Centauros del desierto”.

El lejano oeste forja sus propios héroes, a veces entre la realidad y la leyenda: férreos defensores de la ley, valientes oficiales del ejército e intrépidos colonos que llegan hasta lo inexplorable. En 1939, el western esculpió dos mitos: para la posteridad quedaron John Ford y John Wayne.

Cartel de la película. Fuente: Filmaffinity

Pablo Úrbez Fernández @Paurbez
Historiador en potencia y periodista en los ratos libres, terminó por causalidad en la Universidad de 
Navarra. Cinéfilo empedernido, aficionado a los toros y actor sobre el escenario. Orgulloso de ser español 
un católico devoto.  Artículos en Ginkgo Biloba

Bibliografía                
Revista FilaSiete, números 155 y 156, página 48.

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Hannah Arendt: respuestas impertinentes

Hannah Arendt no era una del montón. Cuando en 1960 el Mossad secuestró en Buenos Aires al dirigente nazi Adolf Eichmann para juzgarlo, el mundo entero tenía puestos los ojos en el juicio de Jerusalén y Hannah fue la enviada estrella para cubrir la noticia. La publicación de los resultados en el New Yorker, y posteriormente en el libro Eichmann en Jerusalén, tuvo un eco social inesperado. Las críticas se dispararon desde muchos sectores del periodismo y también de los líderes judíos. Aquel informe se convirtió en un auténtico escándalo. Todo el mundo esperaba que aquella brillante discípula de Heidegger, que en el año 1951 había denunciado por primera vez el régimen nazi en Los orígenes del totalitarismo, escribiera un artículo criticando de nuevo los crímenes nazis, el holocausto y la maldad de Hitler. En cambio, Hannah exponía con toda claridad una serie de reflexiones basadas en aquella experiencia, que luego le servirían para una reflexión sobre el origen del mal. Fue denunciada fundamentalmente en dos puntos: la supuesta defensa del acusado, al que calificaba de banal, metódico, burócrata, pero desprovisto de todo sentido de la responsabilidad moral; y la denuncia de algunos líderes judíos por su colaboración con el régimen nazi. En el libro, que lleva por subtítulo Un estudio sobre la banalidad del mal, Hannah desarrollaba la teoría de que Eichmann no actuaba en conciencia, sino guiado por un afán por cumplir con la ley, por servir a Hitler, sin preocuparse por las implicaciones morales. El acusado no era el “monstruo” que calificaba la prensa, sino un burócrata que cooperaba con el sistema. La segunda crítica se dirigía a los líderes judíos que habían colaborado con los nazis, como por ejemplo en las listas de transporte del campo de concentración de Theresienstadt.

¿Por qué fue tan difícil de asimilar su postura? Además de intereses políticos concretos, Occidente nunca se había preguntado por aquella catástrofe, que quedaba constreñida a un capítulo oscuro, especialmente oscuro, de nuestra historia. De los nazis lo sabemos todo, incluso demasiado. Es fácil hasta caracterizar al propio Eichmann: alemán, diligente, ordenado… nos lo imaginamos detrás de un escritorio mandando cartas y haciendo cifras de vidas humanas como quien escribe un informe. Podemos añadir, en aras de nuestra erudición, un cierto desprecio por aquella ética germana, de imperativos categóricos, del sentido del deber, la obediencia a la ley… Parece que lo único que podemos descubrir en las investigaciones fueran nuevos crímenes, más atroces y más graves, para regocijar nuestro desprecio por ese mal absoluto.

Célebre entrada al campo de concentración de Auschwitz
Arbeit macht Frei. Jochen Zimmermann. 
License: CC Attribution-ShareAlike 2.0 Austria

Pero, ¿acaso sabemos lo mismo del terror comunista? ¿Y de las atrocidades vietnamitas? Lo que sabemos de otros regímenes es completamente diferente. Nadie conoce la figura de Mao o la de Stalin (que probablemente se pueda caracterizar también como un hombre banal e indolente) con tanta profundidad. ¡Vae victis! Stalin sonrió en una foto con Churchill y Mao escribió un best seller. Los gulags, el campo chino, Camboya, Armenia, Bosnia o Ruanda nunca tendrán tanto eco en nuestro imaginario colectivo. De todas las victimas del terrible siglo XX, el pueblo judío es el que más compensación ha recibido. El corpus literario y la filmografía sobre el nazismo son tan extensos como homogéneos en su interpretación. Se diría que las concepciones forjadas después del 45 se convirtieron en grandes lápidas, en bloques de saber inalterable que era preciso venerar irreflexivamente. Y es en ese bloque de hormigón armado donde Hannah Arendt golpea con toda la fuerza de la verdad: ni Eichmann es un personaje de novela nazi ni todos los judíos murieron como mártires en los campos de exterminio. La película muestra una Hannah segura de sí misma, convencida de su argumentación y sin miedo a decir la verdad. Podría decirse que es la antítesis de Eichmann: mientras que éste obedecía sumiso cualquier orden de sus superiores, por inmoral que fuera, Hannah defendió sin miedo su postura ante las presiones y la crítica. Se trataba, en ambos casos, de puestos de responsabilidad, que podían luchar con o contra la cultura dominante, y en los dos se dieron respuestas extremas: seguir a la masa o actuar en conciencia. 

Autor: Santiago de Navascués @sdenavas

Estudiante de Historia y el minor en Filosofía de la Universidad de Navarra. 
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