Society, you’re a
crazy breed
I hope you’re not
lonely without me
Huir, huir, huir. Todo el mundo huye.
Huimos de las ciudades, el ruido, los coches, el tabaco, los lunes y el estrés,
del frío y del calor… huimos de nuestros padres, de nuestros amigos, incluso de
nosotros mismos... Se puede huir por vacaciones o por trabajo, por tristeza o
alegría, por necesidad o placer, incluso por deporte, pero todos huimos alguna
vez. Por desgracia, la huida absoluta no es para todo el mundo. Son pocos los
que aventuran una huida total y Cristopher McCandless fue uno de ellos. Huyó, de
una vez por todas.
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Era el año 1990. Apenas unos meses antes había caído el muro de Berlín y ya se respiraba libertad en todo el mundo, pero no todos sabían aprovecharla. Christopher era uno de esos chavales bien preparados que tras licenciarse en la universidad, rompió el muro de la sociedad y huyó. Así empieza Into the wild, una película con una profunda reflexión sobre los fundamentos de la verdadera libertad. Aparte de una fotografía bellísima y una magnífica banda sonora, la película tiene el atractivo de proponerse como la búsqueda de la verdad. “Antes que el amor, el dinero, la fe, la fama y la justicia, dadme la verdad” dice Chris citando a Thoreau al empezar su viaje.
“Hay dos formas de
llegar a un lugar. La primera de ellas consiste en no salir nunca del mismo. La
segunda, en dar la vuelta al mundo hasta volver al punto de partida”, dice
Chesterton en El hombre eterno y
nuestro protagonista era de los segundos. Desde su Segundo Nacimiento, la
Adolescencia, la Madurez y la Experiencia y adquisición de la Sabiduría, Christopher
se convierte en un hombre nuevo: Alexander Supertramp, nombre que juega con el
conocido grupo de rock y la palabra inglesa para denominar al vagabundo: tramp. Alexander, el Gran Errante. Se acabó
el cansado adagio latino primum vivere,
deinde philosophare: la verdad se encuentra recorriendo la propia vida.
Adiós a la tele, el móvil, la piscina, las mascotas, los
cigarrillos, el sofá y los fines de semana… Ah, y a tu ejército de seguidores
de Twitter. Suena muy bien al principio, pero pasada una hora de película, hay
algo que desconcierta a la mayoría de espectadores: ¿Qué sentido tiene dejar
todo atrás? ¿Qué busca realmente Alex? Es muy notable a lo largo de la película
la aparición repetidas veces los carteles One
way, Do not enter, Wrong way. ¿Qué precio hay que pagar para lograr la
libertad?
Creo que en este punto es preciso observar que Into the wild no es un fenómeno aparte.
A lo largo de la historia se han visto muchos casos de evasión salvaje, desde
los clásicos a los que se aficiona Chris, como Tolstoi o Thoreau, hasta las más
modernas utopías hippies. Pero hay una diferencia sustancial entre esta
película y el resto de huidas: que no acaba en el fracaso. Se me ocurre un
ejemplo muy significativo a este respecto: El
guardián entre el centeno. La idea es la misma: un joven que se harta de la
sociedad se escapa y decide buscar la verdad por sí mismo. Tanto Holden
Caulfield como Christopher McCandless son hijos de una sociedad opresiva, que
tienen problemas con sus padres y se encuentran en un mundo fracturado que no
da una solución fácil. El profético Dylan cantaba ese mismo año el opresivo Everything is broken.
El guardián entre el
centeno recorre un camino tambaleante por la ciudad de Nueva York, una
selva comparable a la ruta de Supertramp, aunque no tan idílica. La ciudad se
parece más a la selva oscura de Dante
que a cualquier otra selva real o metafórica. Y ese es el problema de Holden:
que no sabe dónde buscar la solución. Por resumirlo en unas pocas líneas de un
poema, el relato acaba con la vuelta del prófugo a casa tras el alumbramiento
del sentido de su vida:
“Me imagino a muchos niños pequeños jugando en un gran campo
de centeno y todo. Miles de niños y nadie allí para cuidarlos, nadie grande,
eso es, excepto yo. Y yo estoy al borde de un profundo precipicio. Mi misión es
agarrar a todo niño que vaya a caer en el precipicio. Quiero decir, si algún
niño echa a correr y no mira por dónde va, tengo que hacerme presente y agarrarlo.
Eso es lo que haría todo el día. Sería el encargado de agarrar a los niños en
el centeno. Sé que es una locura; pero es lo único que verdaderamente me
gustaría ser. Reconozco que es una locura.”
Para Holden Caufield, en adelante El guardián entre el
centeno, el mundo ya no tiene mucho misterio. Simplemente hay que evitar que
los niños se vuelvan adultos, para ayudarles a ser libres. Supongo que este
pedacito de sabiduría posmoderna puede satisfacer a mucha gente. Estoy
convencido de que a Alexander Supertramp no.
A partir de aquí, recomiendo abandonar la página a todo el
que no haya visto la película. A los demás, que escuchéis al gran Eddie Vedder mientras leéis.
Sin detenerme en la decena de profundas reflexiones que surgen a lo largo del periplo, suficientes para escribir un libro, reproduzco el memorable diálogo entre Alex y Franz, un veterano retirado en un pueblo perdido en el medio Oeste que le da la clave final de su viaje:
Alex: (…) estás
equivocado si piensas que la alegría de la vida viene principalmente de la
alegría de las relaciones humanas. El lugar de Dios está alrededor nuestro,
está en todas las cosas y en todo lo que podemos experimentar. La gente sólo
necesita cambiar la manera en que ve las cosas.
Ron Franz: Si. Voy a
tomar nota de eso. Sabes que lo haré. Te quiero decir algo. De la cosas que me
has dicho sobre tu familia, tu madre y tu padre... y sé que tienes problemas
con la Iglesia también...Pero hay alguna especie de cosa grande que todos
podemos apreciar y me suena a que no te importa llamarlo Dios. Pero cuando
perdonas, amas. Y cuando amas, la luz de Dios brilla a través de ti.
El viaje de Alex termina reconociéndose de nuevo como
Christopher McCandless, el joven que finalmente descubre que huía de sus
padres, de los problemas de su casa, y es capaz de abrazar de nuevo a sus
padres. La bellísima imagen final del abrazo de sus padres mientras mira al
cielo y su muerte mirando a la luz es su remisión. “Cuando perdonas, amas. Y cuando amas, la luz de dios brilla a través de
ti”. En una sola escena, hace las paces con el padre y reconoce al Otro Padre
que le perdona desde las alturas. Chris no se engaña cuando escribe en su
diario “he tenido una vida feliz y doy
gracias al Señor. Adiós, bendiciones a todos”. Alex no huía de los demás,
sino de sí mismo, para volver a encontrarse de nuevo en los brazos de quienes
le amaban. Así se explica la paradoja de su testamento: “la felicidad sólo es real cuando se comparte”.
Autor: Santiago de Navascués @sdenavas
Estudiante de Historia y el minor en Filosofía de la Universidad de Navarra.
Estudiante de Historia y el minor en Filosofía de la Universidad de Navarra.
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