Una conversión de película: Gary Cooper

Las flechas de los indios, los fusiles de las tropas alemanas y los revólveres de las bandas de forajidos no fueron capaces de traspasar el corazón de este galán de Hollywood. Sin embargo, el valor de una sincera amistad, cercana y desentendida, removió por completo los cimientos de sus principios espirituales.

Frank James Cooper nació en Montana (Estados Unidos) el 7 de mayo de 1901. Era hijo de unos inmigrantes ingleses, propietarios de un inmenso rancho. Allí, el futuro actor aprendió a montar a caballo, habilidad que demostraría después en numerosos westerns. Tras cursar estudios primarios en Inglaterra, regresó a Montana y trabajó como dibujante de tiras cómicas en diversas publicaciones.

Después decidió probar fortuna en el cine, y en los años veinte logró pequeños papeles (muchos tan solo como extra) en películas del Oeste, como "El ocaso de una raza" (1925), "La colina encantada" (1926) o "Camino de Arizona" (1927). En ellas, ya se acreditaba como Gary Cooper. Durante los años 30, comienza a ganarse un hueco en la cima de las estrellas rodando títulos de éxito, como "Marruecos" (1930), "Buffallo Bill" (1936) o "La octava mujer de Barba Azul" (1938).

No obstante, a partir de 1941 es cuando logra su despegue definitivo. En un solo año estrena la delirante comedia "Bola de fuego", el drama periodístico "Juan Nadie" y la cinta bélica "El sargento York", por la que obtuvo su primer óscar a mejor actor. Más adelante, continúa trabajando en películas inolvidables como "Por quién doblan las campanas" (1943), "Los inconquistables" (1947) o "Tambores lejanos" (1951). Pero, sin ninguna duda, la película que le inmortalizó en los anales del séptimo arte fue el western "Solo ante el peligro" (1952), en donde encarna al valiente sheriff que, sin la ayuda de sus temerosos conciudadanos, decide hacer frente a los hombres del renegado Miller.


Fuera de la gran pantalla, 1953 fue un año que marcó su vida. Durante una gira promocional por Europa, decidió visitar al Papa Pío XII para acompañar a su esposa y a su hija, que eran católicas. Su hija relata aquel encuentro de la siguiente manera:

“El entusiasmo nos embargó a todos a medida que se aproximaba la audiencia con el Papa. (…) Estábamos todos en una sala dorada del Vaticano con una veintena de invitados más. Habíamos comprado rosarios, anillos y medallas para que los bendijera Su Santidad, y papá tenía un buen puñado de esos objetos en sus manos. Cuando el Papa llegó a su lado, quiso arrodillarse para besarle la mano, y perdió un poco el equilibrio. Se le cayeron entonces todas las medallas, perlas y rosarios, que rodaron con estrépito por toda la habitación. Algunas quedaron bajo el manto del Pontífice, que supo sacar a mi padre de su monumental vergüenza con una sonrisa y un gesto de comprensión”.

 A mitad de los cincuenta –sigue recordado su hija- “comenzó a pensar en su posible conversión. No hablaba mucho de ello, simplemente nos acompañaba a Misa casi todos los domingos. La excusa que daba era que deseaba oír los fantásticos sermones del padre Harold Ford”.

Este joven y celoso sacerdote correspondió al interés de Gary Cooper con una dedicación entusiasta: “No le sermoneó con el azufre y el fuego del infierno –escribe Mary en su libro- sino que supo hacerse amigo suyo. (…). Mi madre le invitó un día a merendar para que pudiera charlar con mi padre. Y, nada más entrar en la sala de armas, se ganó a mi padre manifestando un gran deseo de practicar la caza y la pesca. En los meses siguientes fue su compañero inseparable en el buceo, la caza y todo tipo de excursiones”.

 Durante aquellas salidas, el padre Ford fue explicando a Gary Cooper la riqueza insondable de la Fe católica. Y, cuando ya casi estaba decidido, le dio a leer “La montaña de los siete círculos”, una autobiografía del monje Thomas Merton en donde narra su conversión. Aquello fue el empujón definitivo. El ya veterano actor se bautizó en mayo de 1959, y entró así a formar parte de la Iglesia Católica.


 A las pocas semanas de su conversión, empezaron a manifestarse los primeros síntomas del cáncer que le llevaría a la tumba. Luchó en silencio contra su enfermedad, mientras rodaba sus últimas películas: “El árbol del ahorcado” (1959), “Misterio en el barco perdido” (1960) y “Sombras de sospecha” (1961). Con la salud ya deteriorada, en 1960 recibió un Óscar especial de la Academia como premio a su larga trayectoria.

 En octubre de ese año mismo, Thomas Merton escribió una carta a su hija Mary, en la que le decía: “Como todo el mundo, yo también adoro las películas de Gary Cooper. Aunque sea monje, me encanta verlas. Incluso tuve la secreta esperanza de que, si algún día “La montaña de los siete círculos” se llevaba a la pantalla, tu padre sería el protagonista del filme. Por muchos motivos, me hubiera gustado mucho que hiciera ese papel”. Para desgracia de Merton, Gary Cooper jamás interpretaría ese papel. Murió el 13 de mayo de 1961 y fue enterrado en el cementerio católico de Santa Mónica.

 La influencia de su conversión fue enorme en el mundo de los artistas. Ernest Hemingway, que fue un gran amigo suyo, recuerda que pocas semanas antes de la muerte del actor hablaron largo y tendido sobre el catolicismo. Al final, con la voz muy seria, Gary Cooper le dijo: “Tú sabes que tomé la decisión correcta”. Según reconoció después, Hemingway no olvidaría nunca aquella conversación. Aquel moribundo tumbado en la cama le había parecido la persona más feliz de la tierra.

Fuentes
Alfonso Méndiz, http://jesucristoenelcine.blogspot.com
Internet Movie Date Base http://www.imdb.com/name/nm0000011/?ref_=fn_al_nm_1
Intereconomía http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/iglesia/gary-cooper-abrazo-fe-mucho-sufrir-cancer-20120229

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