La dignidad de la persona humana: secuencia de la noria en "El tercer hombre"


Viena, 1947. El norteamericano Holly Martins, un escritor de novelas policíacas, llega a la capital austriaca cuando la ciudad está dividida en cuatro zonas ocupadas por los aliados. Holly llega reclamado por un amigo de la infancia, Harry Lime, que le ha prometido trabajo. Pero el mismo día de su llegada coincide con el entierro de Harry, quien ha sido atropellado por un coche. El jefe de la policía militar británica le insinúa que su amigo se había mezclado en la trama del mercado negro.
El tercer hombre es, ante todo, un cuento de misterio amoral en la deprimida Viena de la posguerra, donde Orson Welles realiza una de sus interpretaciones más insolentes.
Cuanto más investiga Holly, más cosas oscuras descubre sobre Harry, que resulta ser un mafioso inmoral que no solo está vivo sino que está vendiendo penicilina en el mercado negro. Holly y Harry se encuentran por fin en lo alto de la noria del parque de atracciones del Prater. Ambos se muestran nerviosos y arrogantes; no hay más que ver cómo al saludarse dan vueltas en círculo, reconociéndose, examinándose el uno al otro.
Entran en la noria, mientras un contrapicado nos muestra la grandeza de la atracción, su popularidad, su encanto misterioso. Harry hace un cínico comentario sobre los niños, que ya adelanta el nivel moral del personaje. Continúa  tratando a su amigo con tirante afabilidad, mientras justifica su turbio negocio. Es un enfrentamiento dialéctico entre los dos personajes principales; dos concepciones de la vida y del ser humano frente a frente. Cuando suben a la noria, no hay planos generales de los dos. La conversación fluye por un plano único de cada interlocutor.
Holly le reprende por obtener dinero a base de vidas humanas, y Harry le responde:
“Hoy en día nadie piensa en términos de seres humanos”
Además, acompaña sus palabras de una simple y banal concepción del ser humano. No hay ejemplo más gráfico de sus principios, pues se acerca a la ventanilla de la noria y le muestra el suelo vienés. Desde un plano picado, vemos cientos de personas que caminan dirigiéndose a sus respectivas ocupaciones. El plano da sensación de vértigo, abruma la visión desde la noria.
“Mira ahí abajo. ¿Sentirías compasión por alguno de esos puntitos negros si dejara de moverse?”
Da pena la visión del mundo que posee Harry Lime. Y más triste aún es pensar que esa visión ha calado en nuestra sociedad. La gente habla de los seres humanos como un colectivo, como una manada que vive junta en el mismo planeta. No se tiene en cuenta que cada ser humano es totalmente único e irrepetible, con una eminente dignidad sobre el resto de criaturas existentes y con la capacidad de poder dirigir su destino de principio a fin sin estar conminado por otros elementos. Cada uno de esos puntitos negros- como los llama Harry- tiene una dignidad infinita, innumerables sentimientos, seres humanos a los que ama y proyectos para el futuro. No se puede convertir a la persona en un medio para obtener dinero, como hace este personaje en la película. Eso rebajaría el concepto que tenemos de persona humana, pues la emplearíamos en un mero instrumento para obtener nuestros fines, cuando en realidad posee un valor absoluto.
Holly, tú y yo no somos héroes; en el mundo ya no quedan héroes, solo en tus novelas”.
Si hoy en día nadie piensa en términos de seres humanos, algo tendremos que hacer para cambiar las cosas. No podemos permitir que la persona sea usada para conseguir beneficios económicos, o como medio de acceder al poder. Y conviene cambiar las cosas cuanto antes, porque las consecuencias de tener esa visión del ser humano son irreparables, debido a que son personas las que sufren o, en el caso de la película, mueren. Nunca volverán, no se pueden recuperar. Para que exista la civilización y verdaderamente se pueda vivir en sociedad, es necesario que todo el mundo tenga muy claro el concepto de persona humana, pues de ello pueden depender las vidas de muchos hombres y mujeres en un futuro. Pensar lo contrario impide al hombre mantenerse a la altura de su dignidad. Le animaliza, le inhumaniza. Se rebaja a sí mismo cuando convierte a las otras personas en meros medios para obtener beneficio propio, cuando el verdadero valor del ser humano es absoluto.
Terminada la conversación, salen de la noria. Harry no quiere seguir discutiendo, pide cooperación a Holly. Es lo único que le importa al fin y al cabo, que mantenga cerrada la boca frente a la policía. Finalmente, se despide como empezó, con una cita de lo más cínica que el propio Welles ideó para su secuencia en la película:
“Recuerda lo que dijo no sé quién. En Italia, en treinta años de dominación de los Borgia no hubo más que terror, guerras, matanzas; pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza por el contrario tuvieron quinientos años de amor, democracia y paz, ¿y cuál fue el resultado? El reloj de cuco. Hasta la vista, Holly”.
Autor: Pablo Úrbez Fernández
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