Lincoln y la verdad histórica en el cine



A la raza humana nos apasionan las historias. Tenemos naturaleza de cuentacuentos. Hay una película de los años sesenta llamada Viva Italia, dirigida por Roberto Rossellini que a uno le hace llegar a esa conclusión. Me la recomendaron por ser una buena muestra de cómo se tergiversa la historia, a veces por interés, pero en muchas otras por puro entretenimiento. Nos va el romanticismo. Si leen la historia de la unificación italiana –la película se rodó con motivo de su centenario–, comprobarán que la importancia de Giuseppe Garibaldi no fue la que a veces se no quiere hacer creer. Garibaldi dibujó en su mente una Italia revolucionaria, y su carisma y liderazgo le permitieron deponer al rey borbón de Nápoles. Lo que no se cuenta es que Garibaldi, que se había erigido en estandarte del republicanismo, que en sus inicios se había negado a que Italia se convirtiese en una extensión del Piamonte, acabó entregando sus tropas al rey Víctor Manuel II, para que este se convirtiese en el monarca de todos los italianos. La monarquía en Italia duraría hasta 1946. 

Claro está, lo bonito hubiese sido que Garibaldi hubiese materializado su utópica idea de Italia por la vía democrática, y que su república hubiese perdurado hasta nuestros días. Pero no, lo cierto es que Italia fue una monarquía durante cerca de ochenta años y tuvo un dictador –elegido por el propio rey– de por medio. No tan romántico, ¿verdad?

Hace poco vi la recién estrenada Lincoln y me vino la misma idea a la cabeza. Sabiendo lo peliculeros que son a veces los americanos, el realismo con el que la película trata al presidente es una grata sorpresa. Está claro que dos horas y pico no dan para contar toda la historia, pero algo es algo. Servirá para difuminar ese aura de semidiós con la que el paso de los años ha coronado al desgarbado presidente. Ojo, que quede claro que no menosprecio la obra de Lincoln. Sin embargo, sí que hay un famoso refrán español que le viene al pelo: no se puede hacer tortilla sin romper los huevos.






De eso mismo trata la película. Lincoln tuvo que pelearse contra el sistema para mejorarlo, según lo que le dictaba su conciencia. Una aclaración importante: el objetivo principal de Lincoln no era abolir la esclavitud sino preservar la Unión. En una carta al director del New York Tribune, Lincoln escribió: “Si pudiera salvar la Unión al precio de no libertar a un solo esclavo, lo haría”. Su posición fue extraordinariamente pragmática. En un principio, su programa político no pasaba por la abolición de la esclavitud sino por prohibir su extensión en los nuevos territorios americanos del oeste. Es decir, mantenerla en los estados en los que ya estaba instaurada. Sólo cuando las posiciones se fueron extremando y la inevitabilidad de un conflicto se hizo patente, Lincoln aprovechó para intentar erradicar una lacra que violaba los principios que cimentaban la nación estadounidense.

Pero la cosa no acaba aquí. En la película se muestra cómo Lincoln encarga la compra de votos de un puñado de parlamentarios para aprobar la Decimotercera Enmienda. Otro motivo de gratitud hacia los guionistas –tampoco tenían mucha más opción; la película trata sobre la aprobación de la enmienda y la historia sería directamente falsa si no se mostrara el amaño–. Pero además de la corrupción, la película nos muestra que Lincoln fue un dictador de facto, un hombre taciturno, proclive a encerrarse en su despacho y desde ahí ordenar detenciones. Además, prohibió el derecho de habeas corpus a los disidentes, entre otras extralimitaciones en absoluto contempladas por la Constitución americana.



La historia le ha juzgado positivamente. Tampoco podía ser de otra forma. El balance de sus acciones es bueno. Acabó con un anacronismo que violaba los derechos fundamentales del hombre que afectaba a una raza entera. Pero hay que contarlo todo. No podemos deificar. Lincoln fue humano, cometió errores, se vio arrastrado por las circunstancias y abusó de sus atribuciones.

Está bien que el cine moldee la historia, porque a veces es necesario por el bien de la propia historia que los hechos se adapten. La historia tiene enseñanzas o –si me lo permiten– moralejas. Cambiar los hechos no quiere decir necesariamente cambiar el trasfondo, el significado real de esos hechos. Así, Lincoln (la película), que obvia y manipula partes de la historia para conferirle más lirismo, no altera la enseñanza de la historia. Por eso sorprende. Acostumbrados a películas en las que los libros de historia sólo tienen lugar en los decorados, algunos recibimos esta película con una sonrisa. Chapeau a los guionistas.

Autor: Álex Grego

Casi dos metros de estudiante de Historia y Periodismo. Cinéfilo enfermizo y melómano en momentos de recogimiento. Me gustaría leer más. Catalán de nacimiento; mil leches de ascendencia.

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Noviazgo, redes sociales y Don Quijote


“En sólo aquel cabello,
que en mi cuello volar consideraste,
mirástele en mi cuello
y en él preso quedaste,
y en uno de mis ojos te llegaste”

San Juan de la Cruz

“Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio,
y desvelávase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni
las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello”

Miguel de Cervantes

I. INTRODUCCIÓN

Tres elementos, aparentemente inconexos pero íntimamente relacionados, integran el presente ensayo: La relaciones a distancia, las redes sociales y don Quijote. ¿Cómo –puede preguntarse el lector– es posible relacionar realidades aparentemente tan alejadas?

Las nuevas tecnologías han cambiado por completo nuestra manera de comunicar y de pensar; han cambiado, en definitiva, la sociedad. Ningún ámbito, ya sea el personal, académico o profesional, ha escapado a su influencia. Hoy en día se da por supuesta nuestra presencia en alguna de las redes sociales más extendidas, y no es infrecuente encontrar personas registradas en varias de ellas a la vez. Existen redes de carácter profesional, otras de tipo social, o incluso de búsqueda de parejas. Se han creado aplicaciones de toda clase: de fotografía, juegos, cocina, deportes, etc. Y lo más relevante es que todas ellas ofrecen la posibilidad de compartir nuestro perfil con nuestros amigos. No es necesario más que un somero análisis de los datos estadísticos disponibles para advertir la magnitud de este fenómeno: según datos de 2012, se calcula que más de 17 millones de personas se conectan diariamente a Internet solo en España, de los cuales el 40% son jóvenes menores de 35 años (1); que existen unos 850 millones de usuarios activos de Facebook; y que se envían 175 millones de tweets diarios (2). Estos datos nos revelan cómo —también en nuestro país— el mundo digital va configurándose como uno de los fenómenos más importantes de nuestro tiempo. Las nuevas tecnologías de la información han conseguido liberar al hombre de los tradicionales límites de espacio y tiempo, consagrándose como una verdadera revolución de nuestros días. Gracias a ellas, podemos comunicarnos instantáneamente con prácticamente cualquier parte del globo, así como acceder a un mar de información acerca de lo que está ocurriendo en cualquier país. Son muchos los campos que están siendo radicalmente transformados por ellas, uno de los cuales es el de las relaciones de pareja, y particularmente el noviazgo. En efecto, las nuevas tecnologías han supuesto la aparición de un tipo de noviazgo muy infrecuente hasta su llegada: los noviazgos a distancia.

En lo referente a las relaciones a distancia, el uso de las nuevas tecnologías de la información plantea una serie de ventajas e inconvenientes que es preciso considerar con detenimiento. Gracias a instrumentos como WhatsApp, Facebook o Skype, es posible mantener un contacto diario y permanente con otra persona, aunque viva en otro continente. Podemos lograr una gran sensación de cercanía independientemente de la distancia que nos separe. Sin embargo, esta cercanía es solo aparente, dado que la ingente cantidad de información que proporcionan dispositivos de mensajería instantánea podría no proporcionar, a la postre, un conocimiento de la suficiente calidad como para basar una relación de noviazgo orientada a un compromiso familiar definitivo.

Todos sabemos que la calidad, en muchos casos, está reñida con la cantidad. De esta manera, también sucede que una cantidad excesiva de imágenes e información como la que nos ofrecen estos medios de comunicación interpersonal podría hacer difícil centrar la atención en los aspectos verdaderamente importantes de una relación de noviazgo.

Aunque es propio de las capacidades intelectuales del hombre saber discriminar lo relevante de lo superficial, la exposición permanente a un torrente frenético de imágenes y datos puede distraernos de lo más importante para que un noviazgo sea un éxito: del conocimiento profundo del otro.

Arrojar un poco de luz sobre esta cuestión es el objetivo de este breve ensayo. Para ello, sugerimos dos vías de reflexión: La primera tiene carácter filosófico, y consiste en la adecuada distinción entre pensamiento e imaginación. Un auténtico conocimiento de “quién es” la otra persona (conocimiento intelectual, esencial) y no un simple “cómo es” (conocimiento sensible, accidental) es la clave del éxito de todo noviazgo.

La segunda vía de reflexión es literaria, pues consideramos que una aproximación de este tipo no solo es igualmente legítima, sino que resulta complementaria. Y es que “ese afán de interpretación [de la realidad] no es monopolio de los filósofos, pues los grandes escritores lo son —al mismo tiempo— por su dominio del lenguaje y la profundidad de sus análisis” (3). Y qué mejor ejemplo de lo que supone enamorarse de un mundo de imágenes y ficción que la sempiterna figura de Don Quijote. Su idílica relación con Dulcinea del Toboso, que es, en realidad, una labradora ruda y desgarbada llamada Aldonza Lorenzo, ilustra de manera muy acertada en qué consiste un noviazgo imaginario, irreal. El recurso a este personaje puede resultar paradójico, por tratarse de un modelo creado en el siglo XVII. Nihil novum sub sole (4)—es lo único que cabe replicar. La naturaleza humana y los problemas ante los que se enfrenta son siempre los mismos, aunque tengan distintas apariencias.



No es nuestro fin poner en tela de juicio el valor y la utilidad de las redes sociales, sino simplemente advertir de un posible peligro que pueden suponer para este tipo de noviazgos, los noviazgos a distancia.

I. PENSAMIENTO E IMAGINACIÓN

Para las nuevas generaciones, que han desarrollado una gran mentalidad crítica, es necesario que las pautas que se den para el buen desarrollo de las relaciones afectivas en el contexto de Internet sean claras y precisas, racionalmente estructuradas, al modo en que los filósofos analíticos concibieron la buena filosofía: bien razonada y con ejemplos. De lo contrario, nos haremos acreedores de la acusación de un famoso filósofo inglés: levantar polvaredas para después quejarse de que no se ve bien [1]. En pocas palabras, pretendemos ofrecer razones claras y no simplemente criterios de conducta sin fundamentación.

La relación entre cuerpo y conocimiento es un problema clásico en la filosofía, que ha hecho correr ríos de tinta. Aristóteles, en su libro De anima, comienza ya una interesante investigación sobre el tema, apuntando a algunas verdades fundamentales sobre las que construir la teoría del conocimiento. Este tema es de una importancia capital para la presente investigación, dado que una de las finalidades más importantes del noviazgo es conocerse el uno al otro en profundidad. ¿Es posible conocer a una persona con la que solo contactamos a través de las redes sociales? La respuesta a esta pregunta determinará en qué medida un noviazgo a distancia puede ser considerado un verdadero noviazgo. Pero antes es preciso aclarar algunos puntos.

1.1. Inteligencia e imaginación

Aunque Aristóteles no da una respuesta definitiva a la cuestión, plantea una distinción fundamental entre imaginación e inteligencia, que traerá mucho fruto en la pensamiento posterior, tanto teórico como práctico.

Para Aristóteles la imaginación es una facultad sensible que produce imágenes, que capta lo accidental, lo accesorio de la realidad. Podríamos definirla como «aquella facultad cuyo objeto es volver a considerar o hacer presente de nuevo (re-presentar) algo que estuvo presente a los sentidos externos» [2]. La imaginación opera mirando al pasado, constituye lo que comúnmente llamamos archivo de percepciones. En este sentido, el principal cometido de la imaginación no está en sí misma ni en su actividad, sino en el suministrar a la inteligencia aquellos phantasmata —imágenes que utiliza el intelecto agente para extraer de lo sensible lo inteligible— que permiten captar al hombre los conceptos y, posteriormente, formular juicios.

La imaginación está normalmente bajo el imperio de la voluntad, aunque a veces —en estados de inconsciencia o subconsciencia— escapa a su control. Consecuentemente, las imágenes que poseemos no son siempre las más adecuadas para formular conceptos con los que captar la realidad [3].

Algo fundamental que ha de sustentar toda investigación es la apertura natural a la verdad del hombre [4]. Esta realidad se pone de manifiesto, v. gr., en el pasaje de San Agustín: «He encontrado muchos que querían engañar, pero ninguno que quisiera dejarse engañar» [5]. El hombre es un ser que «busca la verdad»10. En este sentido, la inteligencia, que es la facultad cuasi-divina del hombre de captar lo esencial, lo que es el ente, cumple ese objetivo de trascender las apariencias, el borde periférico de lo real. «El hombre es capaz de conocer de modo abstracto y universal, es decir, puede llegar a la esencia de las cosas» [6], y eso le permite realizar su vocación, su afán, y no sumirse en imágenes inconexas.

Esta distinción entre facultades no es total. La unión se encuentra ya apuntada en Aristóteles [7]. A la luz de esta distinción, cabe una consideración práctica aplicable al noviazgo, pues su razón de ser es fundamentalmente posibilitar el conocimiento del otro. Sólo así se consigue una adecuada ordenación de los apetitos sensibles y racionales, que es clave para lograr un noviazgo fructífero.

1.2. Imagen y concepto: El peligro de la confusión

El siguiente paso es distinguir adecuadamente entre imagen y concepto. La imagen es producto de la imaginación, mientras que el concepto surge de la inteligencia.

El concepto es la realidad que se presenta ante la inteligencia como referencia a lo que está fuera de nosotros. No es una cosa que esté en la inteligencia flotando, sino la posesión del ente como perfección. Su única consistencia como realidad es el «referirse a» [8]. Es pura remisión a lo que se presenta ante nuestros ojos. La imagen también lo es, pero el concepto, debido a su espiritualidad, a su inmaterialidad, lo es en grado sumo. Es por ello que, cuando pensamos, conocemos más que cuando imaginamos. La imaginación conoce las formas accidentales de lo real. El concepto se refiere a lo puramente inmaterial de la cosa.

Imagen y concepto pertenecen, pues, a dos niveles distintos de conocimiento. En el ser humano se dan ambos de tal manera que resulta fácil confundirlos. Por un lado, la imaginación humana es especialmente poderosa debido a su actuación conjunta con la inteligencia. La imagen se da simultáneamente al concepto. Además, la inteligencia y la imaginación poseen el mismo objeto. Lo único que los distingue es el grado de realidad que poseen. Por eso es muy común que no sepamos distinguir cuánto hay de imaginativo y cuánto hay de conceptual en una realidad que conocemos. Esta propensión a confundir el mundo de la imaginación con el del conocimiento intelectual puede agravarse por la exposición excesiva a las sofisticadas tecnologías de la imagen. Perfiles en redes sociales, comunicación virtual, etc., pueden inducir no ya a confundir la realidad con la imagen de lo real, sino a confundirla con la «imagen de la imagen de lo real». Nos encontramos en un bosque de impresiones que no se corresponden con una experiencia sensible directa.

Entre el concepto de hombre y la imagen de hombre hay un paso. El concepto de hombre tiene una realidad universal. La imagen, en cambio, con sus notas sensibles y mutables, puede responder más a hechos e intereses circunstancias de mayor o menor recorrido histórico. En pocas palabras «esa unidad de comprensión sobre algo o sobre alguien se da en el conocimiento de lo intelectual (los conceptos), y no en el conocimiento sensible imaginativo» [9].

Además, la imaginación no accede a la persona en sí misma considerada, sino tan solo a sus imágenes fragmentarias, que remiten a aspectos concretos y accidentales, pero no a la propia persona. Pueden hablarnos de su forma de ser pero no de su intimidad, pues «lo que se representa ante los sentidos “representa” lo que está más allá de ellos» [10]. La imagen del hombre no es, obviamente, algo negativo. Sin embargo, confundirla con el concepto tiene consecuencias devastadoras. Un conocimiento del otro basado en simples imágenes, sin un sustrato conceptual, intelectual, acerca de quién es la otra persona, equivale a desfigurar su rostro y no conocer más que una caricatura de lo que en realidad es. De esta manera, por más que las tecnologías ofrezcan un mundo enormemente sugerente de imágenes, no podemos perder de vista que las imágenes son muy deficientes para comprender a «alguien». Sin unidad de comprensión nos enfrentamos a la contemplación de un rostro desfigurado del otro. Y en el ámbito del noviazgo, esto puede ser devastador.

II. DON QUIJOTE Y EL AMOR-FICCIÓN

Todo lo expresado con anterioridad en un lenguaje filosófico fue analizado desde otra perspectiva por Miguel de Cervantes en El Quijote. La pérdida de contacto con la realidad de Alonso Quijano, motivada por una hipertrofia de la imaginación y una atrofia del pensamiento, es el motor de toda la novela. En su delirio de fantasía, Don Quijote, se lanza en busca de aventuras y —lo que resulta más interesante para el propósito de este trabajo— crea un amor que solo existe en su imaginación.

2.1. La locura de D. Quijote: Una hipertrofia de la imaginación

La locura de Don Quijote hunde sus raíces en una desmedida lectura de libros de caballería. El desafortunado hidalgo termina por confundir el contenido de aquellos con la realidad misma. «En resolución, él se enfrasco tanto en su lectura que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio» [1].

En este «perder el juicio» de Don Quijote a que hace referencia el texto anterior «hay que ver una alegoría o un símbolo antes que un diagnóstico clínico» [2]. D. Quijote no es un loco en sentido estricto, sino un pobre anciano —la esperanza de vida de aquella época apenas llegaba a los 30 años— que había alimentado desmesuradamente su imaginación hasta no poder, o no querer —al final de la novela don Alonso Quijano «renuncia» a su locura para volver a la realidad— distinguir realidad e imaginación. Así lo sugieren también los diversos intervalos lúcidos en que Don Quijote no solo demuestra estar cuerdo sino ser pasmosamente brillante, como en el discurso de las Armas y las Letras. Parece razonable, pues, aplicar a Alonso Quijano todo lo expuesto en el apartado anterior: es una víctima de una confusión entre pensamiento e imaginación [3].



2.2. El Amor platónico de D. Quijote: Dulcinea del Toboso

Como todo buen caballero andante, D Quijote debe crear una amada a la que poder cortejar y ofrecer sus hazañas. Construye para ello un personaje a su gusto, imagina una doncella acorde con la fantasía que da vida a su aventura: Dulcinea del Toboso. Según da a entender el texto, esta doncella no es del todo imaginaría, sino que el anciano don Alonso la ha conocido realmente: «Se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo ni le dio cuenta de ello»” [4]. Esta humilde labradora es revestida por la imaginación de D. Quijote con las galas de una noble doncella y, así, «buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla 'Dulcinea del Toboso' porque era natural del Toboso: nombre, a su parecer, músico, peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto» [5]

Espoleado por la imaginación, Don Quijote idealiza a su amada atribuyéndole toda clase de cualidades. Sin apenas haberla conocido, su imaginación le lleva a añadirle todo lo que la pasión desmesurada del caballero andante le pide. En ello se descubre la poderosa capacidad de la imaginación para inducirnos al autoengaño —lo que ya aludimos al sugerir sucintamente que su locura tuvo algo de voluntario, dado que al final de su vida «renuncia» a ella.

2.3. El desengaño de D. Quijote: Aldonza Lorenzo

Como es natural, la imaginaria doncella de D. Quijote no se parece en nada a la verdadera realidad. La sublime Dulcinea del Toboso resulta tener por nombre el de Aldonza Lorenzo, que, como apunta el narrador de la novela, «dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha» [6].

III. LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS Y LAS RELACIONES A DISTANCIA

Hemos puesto de manifiesto, tomando como ejemplo a Don Quijote, la estructura y la relación entre imagen y concepto. Pero ¿cuál es su relación con el tema de los noviazgos a distancia y de las redes sociales?

Las redes sociales —FacebookWhatsApp y otros medios de comunicación instantánea— están favoreciendo el auge de los noviazgos a distancia. Todos tenemos algún amigo cuya novia o novio vive, no ya en otra ciudad, sino en otro país o incluso en otro continente. Se trata de una novedad de nuestro tiempo que antes apenas estaba presente. Por ello, un análisis sereno y ponderado de cuáles son las ventajas y los inconvenientes que plantea es más necesario que nunca.

3.1. El mundo virtual: Un mundo de imágenes

El mundo virtual es un mundo de imágenes. Se trata de un entorno en el que la propia persona se muestra de manera parcial, quedando oculto su mundo interior, su intimidad. Nuestro perfil, aquél con el que nos presentamos al resto de internautas, no es más que una máscara, una imagen con la que presentarnos. La persona no se revela en una foto de Facebook o en un mensaje de WhatsApp. La persona se revela en el trato directo, en el encuentro de su mirada —la epifanía del rostro, como la llama Lévinas—, en el tono de su voz y en los gestos que realiza. En este sentido, es preciso advertir el peligro que corre un noviazgo cuya base sea la comunicación digital y no un conocimiento real de la otra persona. Dicho esto, es necesario dar un paso más y preguntarse cómo es posible cultivar una relación profunda, duradera, auténtica, basada en el conocimiento y entrega al otro [1]. Las relaciones de verdadera amistad — uno de cuyos casos paradigmáticos es, en definitiva, el noviazgo— parecen haberse sustituido en muchas ocasiones por mera fórmulas de cortesía, de ‘saber estar’, ‘saber tratar’ a los demás en cada situación, sin interesarse por el otro ni dejarnos conocer de manera absoluta. El otro se convierte, pues, en una especie de ‘extraño’, de ‘otro’ en sentido estricto, en quien no reconocemos a un semejante. Esta relación deja de ser una relación de amistad para, en palabra de Jon Borobia, convertirse en una relación de interés o interesada —que resulta más cómoda en la medida en que ambas partes aceptan desde el inicio que se trata de una relación de utilidad [2]. Análogamente puede ocurrir que, en un noviazgo sustentado en el mundo virtual, los novios sean en el fondo extraños que no se conocen.

A este respecto, es cada vez más frecuente el fenómeno que Alex Williams describe en su artículo “The end of coutship?” [3] El tradicional cortejo previo a una relación de noviazgo está desapareciendo en pos de otro que podríamos denominar «cortejo virtual». Según este autor, «Dating culture has evolved to a cycle of text messages, each one requiring the codebreaking skills of a cold war spy to interpret»Efectivamente, la cultura de la imagen en que estamos inmersos está arrinconando los métodos tradicionales de ofrecerse a una chica como «pretendiente». Ahora, el preámbulo de lo que vulgarmente se conoce como «estar saliendo» tiene lugar a través de las redes sociales. Para tratar con una chica ya no es necesario estar espacialmente cerca de ella.

En un noviazgo convencional, poco a poco el trato personal aumenta y se hace frecuente, sin plantear grandes problemas. El trato «virtual» del que hablamos se va sustituyendo por el trato personal y poco a poco se irán revelando las intimidades de los novios. Sin embargo, en un noviazgo a distancia existe el peligro de que esta fase de trato virtual no se supere realmente. Como hemos señalado anteriormente, las redes sociales ofrecen una sensación de cercanía difícilmente superable. Esto puede crear una apariencia de intimidad. Sin embargo, esta cercanía es solo aparente. Lo que tenemos cerca no es la otra persona, sino su imagen. Y está no es suficiente para hablar de noviazgo.

3.2. Amor platónico, amor imaginario

Por amor platónico entendemos un amor que se sustenta en una ilusión. ¿Podemos basar una relación de pareja en eso?

Ya hemos aludido a lo perniciosas que resultan las imágenes falsas en las relaciones de pareja. El amor platónico configura una imagen idea —aparentemente perfecta— de la otra persona, haciendo imposible la decisión racional teniendo en cuenta la verdadera naturaleza del otro.

Necesitamos atender a criterios reales y no imaginarios. El conocimiento de la verdad es indispensable para que un noviazgo se sustente sobre bases que permitan un desarrollo armónico.

Las relaciones a distancia tienen ese componente platónico. En una relación a distancia falta la confrontación sensible por la cual conocer los actos concretos que realiza el hombre o la mujer que se ama. El amado, al no poder conocer esto, requiere conocer la imagen del otro a través de lo que cuenta el otro de sí mismo. El problema no es si hemos de fiarnos de la sinceridad del otro sino, más bien, si el otro es capaz de verse a sí mismo con la objetividad necesaria. No nos conocemos totalmente a nosotros mismos. Ese amor platónico que puede surgir entre una pareja tiene el riesgo de truncarse cuando compartan la realidad de sus mundos cotidianos. Por eso, la prolongación excesiva de la distancia no es algo recomendable.

4. CONCLUSIÓN

A la luz de lo expuesto en los apartados anteriores podemos concluir los siguientes puntos:

1º.- El conocimiento profundo de la otra persona es un elemento esencial de cualquier relación de noviazgo. Este conocimiento, por tanto, tiene que estar orientado a la intimidad de la otra persona, a su mundo interior. De esta manera, toda relación de noviazgo debe ser una búsqueda recíproca de la identidad espiritual de las personas que componen la relación.

2º.- El acceso a la persona, en su esencia, debe realizarse por medio de la inteligencia y no de la imaginación. La imaginación se refiere a lo accidental, mientras que la inteligencia tiene por objeto lo esencial, aquello que le hace a algo ser lo que es. En el caso de la persona, la inteligencia es la facultad del hombre por la que se puede acceder a su verdadera identidad.

3º.- Don Quijote de la Mancha es un ejemplo paradigmático de los que supone fundar un amor romántico en la pura imaginación. Su amor por Dulcinea del Toboso resulta ser una farsa basada únicamente en su fantasía. La bella dama no es más que una porqueriza. Algo como esto puede ocurrir cuando una relación amorosa carece de la inmediatez de lo real.

4º.- Las relaciones a distancia tiene una fuerte dimensión virtual e imaginativa, toda vez que dependen en gran medida del empleo de las nuevas tecnologías de la información. En este sentido, tienen el peligro de fundarse en el mero conocimiento imaginativo y no en el intelectual. Una adecuada advertencia de este peligro es clave para no sumergirse en amoríos irreales como el de Don Quijote.




Autores: Guillermo Celaya Azanza, Antonio Rivero, Carla García y Pablo Úrbez.



[1] Perfil sociodemográfico de los internautas; Observatorio nacional de las telecomunicaciones y de la SI [ONTSI], 2012.
[2] Vid. http://www.huffingtonpost.com/brian-honigman/100-fascinating-socialme_b_2185281.html.
[3] AYLLÓN, J. R., Tal vez soñar, La filosofía en la gran literatura, Ariel (2009); p. 8.
[4] Ec 1, 10.
[1] G. Berkeley
[2] García Cuadrado, J. A., Antropología filosófica. Una introducción a la filosofía del
hombre, EUNSA (4ª edición), Pamplona, 2008, p-58.
[3] Cfr. Santamaría, M. G., Perfecciopía (Inédito), p. 8.
[4] García Cuadrado, J. A., Op. cit., p. 71.
[5] San Agustín, Confesiones, X, 23, 33: CCL 27, 173.
[6] García Cuadrado, J. A., Op. cit.; p. 74.
[7] Aristóteles, De anima III 431 a 14-17.
[8] Polo, L., Teoría del Conocimiento, Tomo I, EUNSA, Pamplona, 2004, p. 58.
[9] Borobia, J., La imagen del otro en las relaciones personaleshttp://www.pensamientoyarte.com/2013/02/la-imagen-del-otro-en-las-relaciones.html
[10] Ibid.


[1] Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Alfaguara, Madrid, 2005, p. 9.
[2] Ibid. p. xv.
[3] Ibid., p. xviii.
[4] Ibid., p. 33.
[5] Ibid., p. 33.
[6] Ibid., p. 86.

[1] Mensaje de S. S. Benedicto XVI para la XVL Jornada Mundial de las comunicaciones
sociales: Verdad, anuncio y autenticidad de vida en la era digital.
[3] New York Times  http://www.nytimes.com/2013/01/13/fashion/the-end-ofcourtship.
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