He leído recientemente
el ensayo titulado “Pragmatismos y relativismo” de Jaime Nubiola. Aunque pueda
sonar ingenuo, voy a tratar de complementar la tesis del citado artículo tomando
como base una de las novelas más exitosas del siglo XX: “El Señor de los
anillos”. Es decir, me propongo hacer una aportación de contenido filosófico a
través de un texto literario que muchos consideran infantil.
Podrá preguntarse
algún lector si estaré, acaso, suscribiendo la tesis de Rorty, cuando afirma
que “la filosofía académica debe disolverse en las diversas formas de conversación
de la humanidad”, concretamente, en la Literatura. Nada más lejos de mi
intención.
Lo que pretendo es
hacer una apología del pluralismo epistemológico, llevándolo a sus últimas
consecuencias. Según el pluralismo epistemológico la búsqueda de la verdad no
solo es posible, sino que cada hombre, cada ciencia, está legitimada para
aportar su particular visión de la realidad y, por tanto, de la verdad. Esto es
así porque la verdad tiene diferentes caras y facetas. De la misma manera que
una montaña puede observarse desde distintos ángulos, la verdad también puede
ser percibida de distintas maneras, y estás no solo no son excluyentes, sino
que son complementarias.
Dicho esto, puedo
afirmar que la Literatura es un complemento indispensable de la reflexión
filosófica, pues tanto una como otra tienen por objetivo desvelar las
cuestiones últimas de la condición humana y de la realidad. Si bien la Filosofía
las aborda de una manera más sistemática y rigurosa, la Literatura nos pone
frente a ellas de una manera más sutil, pero no por ello menos sugerente e
intensa.
Sería propio de la Filosofía, por ejemplo, hacer un tratado
sobre el Amor. En él encontraremos un análisis racional de esta realidad humana
y una estructura fijada de antemano: Una definición de Amor, los tipos de
Amor, su relación con el conocimiento, etc. Todo ello destinado a que el
lector, además de su autor, comprenda racionalmente lo que es el amor. En una
novela, en cambio, no encontraremos nada de eso. Encontraremos un conjunto
de personajes que se relacionan entre sí y componen una historia. Pero esto no
quiere decir que las cuestiones relacionadas con la naturaleza humana estén
ausentes. En vez de una definición de amor, una novela intentará que, por un
corto período de tiempo, vivamos enamorados, No nos proporcionará un listado de
las pasiones humanas, pero sí nos hará sentir alegría, odio, ira o euforia.
Esto es así porque, como dice el profesor José Ramón Ayllón “ese afán de
interpretación (de la realidad) no es monopolio de los filósofos, pues los
grandes escritores lo son -al mismo tiempo- por su dominio del lenguaje y la
profundidad de su análisis”.
Justificada mi
aproximación literaria al problema, procedo a adentrarme en el núcleo del
ensayo. La tesis principal del mismo es que aplicando la analogía puede
entenderse implícito en “El Señor de los Anillos” el “falibilismo
sin escepticismo” y el “pluralismo epistemológico”.
Como su nombre indica,
el anillo es un elemento esencial de “El Señor de los Anillos”. El anillo es un
símbolo del mal. Además de pertenecer a Sauron, Señor oscuro o Señor del mal,
encierra en sí todo el mal de la “tierra media”. Termina corrompiendo a quien quiera
que lo porte y su única aspiración (tiene voluntad propia) es regresar a las
manos de su amo (Sauron) para restablecer el dominio definitivo del
mal.
En este sentido,
podemos asimilar el anillo al error filosófico. Todos los filósofos, no en
sentido estricto sino todos los amantes de la sabiduría, formamos una comunidad
cuya misión es destruir el error, la ignorancia y la injusticia. A todos,
independientemente de nuestra ideología, sensibilidad política o creencia
religiosa, nos ilusiona la idea de erradicar el mal (el error) de la faz de la
tierra. Sin embargo, no nos ponemos de acuerdo en cuál es la manera de hacerlo.
El Señor de los Anillos
contiene un ejemplo inmejorable de lo que es un método exitoso para destruir el
error y lograr el reinado de la verdad. En esta novela, la destrucción del
anillo, el mal, es encomendada a un hobbit, un ser frágil y vulnerable, con la
complexión propia de un niño. Sin embargo, éste no tendrá que hacerlo solo
(tampoco sería capaz) pues estará acompañado de otros hobbits, un enano, un
elfo, hombres e incluso un mago. Todos ellos conforman “La comunidad del
anillo”. Se trata de un grupo de lo más heterogéneo. Son personajes que nada
tienen en común, incluso en algunos casos son enemigos ancestrales. Por
ejemplo, los enanos, que habitan en el interior de las montañas, guardan un
profundo rencor a los elfos, pues estos no les prestaron auxilio en épocas
anteriores. Cada uno tiene su propio “orgullo de raza” y sus cualidades
distintivas: Los elfos son sabios, equilibrados y muy hábiles en el uso
del arco; los enanos rápidos e imbatibles en las distancias cortas; los hombres
son nobles y de carácter orgulloso, etc.
Sin embargo, a pesar
de todas las diferencias, algo más radical que todas ellas les une y les empuja
a superarlas, haciendo incluso que den la vida los unos por los otros: destruir
el anillo. Gracias a este objetivo común, todas las diferencias, que antes eran
inconvenientes, se revelan como puntos favorables. Las cualidades propias de
cada uno se convierten en algo que sólo él puede aportar. Así, la aparente
inutilidad de los hobbits, físicamente muy débiles, se hace imprescindible
cuando es preciso introducirse en las Grietas del Destino y arrojar el anillo
al fuego. Como es fácil observar, las diferencias, puestas al servicio de un
objetivo común, son finalmente ventajas que posibilitan el éxito de la difícil
empresa.
Análogamente, el
paradigma que debe sustentar a la filosofía es el de “unidad en la diversidad”.
Un Método compuesto por varios métodos diversos. Estos son diversos en tanto
que se aproximan a la realidad desde distintos puntos de vista. Estoy pensando,
por ejemplo, en las diversas ciencias particulares que, persiguiendo verdades
concretas como la verdad de la medicina, la verdad biológica etc.,
forman un único método en tanto que todos sus objetos forman parte de una misma
realidad.
En la sociedad
contemporánea, donde el pluralismo es un elemento esencial,
es más necesario que nunca que aquellos que nos consideramos “amantes de la
sabiduría” estemos dispuestos a formar una comunidad semejante a la que plasmó
J.R.R Tolkien en su famosa novela. La búsqueda de la verdad ha sido relegada a
la esfera de lo privado. La sociedad, en conjunto, se preocupa cada vez menos
de lograr una visión omnicomprensiva del mundo y de la vida humana. El auge de
la técnica, la llegada de las nuevas tecnología de la información y
la globalización nos ha conducido a un saber fragmentado y atomizado.
Por ello, en la medida en que somos una minoría y las
circunstancias son adversas, estamos obligados a formar una comunidad de personas que anteponga la destrucción del error a cualquier interés
personal. No existe tal cosa como una Grieta del Destino, donde arrojar el
error y ver cómo desaparece para siempre, pero eso es precisamente lo que hace
a la filosofía tan apasionante, que siempre quedará verdad por descubrir.
Autor: Guillermo Celaya Azanza.
Estudiante de Derecho y Filosofía en la Universidad de Navarra
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